Elfos Oscuros 2 - la trilogia de Jet Mykles..

Elfos Oscuros 2 – Domada.. (trilogía)
Extracto del 1er. Capítulo
La luz del sol había desaparecido de las grietas dentro de la espesa capa de hojas y ramaje. Pronto sería de noche. Cuando los vagones llegaron a un pequeño arroyo que discurría junto a la carretera, el Amo de la caravana hizo un alto. En silencio, con rapidez, la docena de guardias se apearon y se dedicaron a sus tareas nocturnas. Los caballos fueron bañados, las fogatas fueron construidas, y el Amo de la caravana encendió el fuego para cocinar y hacer el cocido nocturno. El ayudante del Amo, un hombre pequeño con una túnica de tejido casero y un collar de esclavo, llenó las bolsas de agua y se dispuso a darles a los esclavos de dentro de los vagones.
Suzana esperaba su turno, muy acostumbrada a la rutina después de varias noches de lo mismo. Como la más pequeña de las cinco mujeres de la carreta, ella fue la última en conseguir agua, simplemente ella se resistió a agarrar el odre la primera. Mientras esperaba, echó un vistazo hacia fuera, hacia los árboles de alrededor. Con el inicio de la noche, los árboles retorcidos gigantes adquirieron un aspecto más siniestro, las ramas más altas se entrelazaban sobre el camino y el balbuciente arroyo.
 Al principio se preguntó por qué el campamento fue hecho en el camino.
Entonces una de las mujeres le explico que ese era el Bosque Oscuro. Al ver la mirada en blanco de Suzana, la mujer y algunos de sus compañeros se embarcaron en historia tras historia de personas que entraban en el bosque, para nunca ser visto otra vez. Historias de hombres arrogantes, que pensaban que el mundo era de ellos, daban un paso fuera del camino, sólo para que sus huesos fueran encontrados días más tarde y a millas de distancia, todavía dentro de su armadura. Cuando los cuerpos eran hallados, estaba claro que el daño no lo causaba el ataque de un animal.
Los cuerpos eran siempre de hombres, nunca de mujeres o niños. Algo inteligente vigilaba el bosque, algo que a menudo - pero no siempre - permitía cruzar las únicas vías, a caravanas de comercio aisladas dentro de la periferia del bosque, pero rara vez permitía que viajeros solitarios se volvieran a ver. Suzana no estaba segura de creer en las historias, pero si incluso una cuarta parte fuera verdad, valía la pena ser precavida.
Ella tomó el odre de la última mujer y bebió hasta llenarse. El abundante guiso era lo próximo. No era sabroso, pero tampoco horrible. Al menos los cuencos de madera se enjuagaban siempre en los arroyos por los que se detenían todas las noches.
 Esta noche estaba extrañamente tranquila. En noches anteriores, abundaban sonidos de animales en la hierba crujiente, distante resoplidos, y gritos a lo lejos. Los animales habían aprendido, al parecer, que los humanos estaban restringidos al camino. Pero esta noche, todos los sonidos fueron silenciados.
O habían desaparecido.
Los guardias se acurrucaban al lado de las hogueras que marcaban las esquinas del campamento, enfrentando a la oscuridad más allá de la luz. Dormían por turnos. Los que permanecían despiertos no quitaban los ojos de los siniestros árboles. El Amo de la caravana se detuvo junto a la puerta del vagón que contenía sus esclavas. Su ayudante las tomó a una por una y las llevo a la orilla del arroyo para aliviarse[2] y enjuagarse, mientras él actuaba de centinela. A pesar de que los había contratado, el Amo no se fiaba de sus guardias con las hembras. Era una carga preciosa y tenía que llegar a destino sin ser molestadas.
Especialmente Suzana. Cuando llegó su turno, él mismo la acompañó hasta las aguas poco profundas del arroyo. Luchó contra la vergüenza que obtenía noche a noche al realizar su aseo ante una audiencia. El Amo de la caravana sabía que era virgen, porque la había visto con su familia antes del naufragio que había matado a todos. Él hizo grandes esfuerzos para mantener su pureza.
Ella esperó, con los ojos desviados, mientras él abría y quitaba el cinturón de castidad atado a su cintura. No hizo mucho, vigilando cerniéndose sobre ella, alerta a cualquier de sus hombres, pudiera tener la oportunidad de ganar su premio. Ella lo ignoro lo mejor que pudo, terminó su aseo, después esperó a que pusiera de nuevo el seguro.
"¡Usted obtendrá el mejor precio!" Le paso suavemente la mano por la cabeza, acariciando su cabello largo y negro. Ella evitó sus ojos, odiando la mirada que sabía estaba allí. Una mirada lujuriosa sobre ella. No por su cuerpo, sino por el oro que su venta le traería. ¡Era repugnante!
 Ella iba delante y los guardias más cercanos le cedieron el paso, se dirigió a la carreta, con los ojos dirigidos al suelo delante de ella y no a los rostros curiosos con miradas que amenazaban con precipitarse sobre su cuerpo.  Había cometido el error de mirar para arriba durante una de las primeras noches, y todavía podía sentir el deseo palpable de los guardias, dirigido a su cuerpo.
El asistente estaba de pie junto a la puerta abierta del vagón, con una mirada en blanco en su rostro. Ella frunció el ceño hacia él, pero él no la veía. El sonido de una fuerte caída la hizo girar alrededor justo a tiempo para ver la caída del Amo de la caravana en un montón, al suelo. Se puso de pie, sorprendida, sin poder creer claramente lo que veía. ¡No solamente el Amo de la caravana estaba desmayado, sino todos sus guardias parecían estar en el mismo estado!
"¿Qué ha pasado?", Preguntó la voz asustada de una de las esclavas.
Suzana negó con la cabeza.
"¡Madre de los dioses!", Exclamó uno de los hombres del otro vagón. Suzana viró a ver lo que apuntaban en los árboles.
Ella miró. Y quedó sin aliento.
 Hombres con pieles como ningún otro, a lo lejos desde las sombras. Al principio sólo vio blancos flotantes, que pronto se materializó en el pelo de un sin número de cabezas. Los cuerpos bajo el pelo eran sorprendentes, las pieles más oscuras que la noche, brillando bajo la luna irregular. Cuerpos masculinos, músculos esculpidos en la carne oscura. Unos pocos llevaban únicamente pantalones y botas, el resto chalecos abiertos que revelaban hectáreas de piel.
Suzana dio la vuelta para ver más de ellos emerger desde el lado opuesto del camino.
¡Todos estaban alrededor! Los esclavos, solamente los que no se desmayaron en un profundo sueño, lloraron y murmuraron lastimosamente cuando los hombres de piel negra se acercaron. Suzana Sólo podía mirar, atónita. Terrorífico, sí. ¡Pero todos eran increíblemente hermosos!
Hablaban entre sí en tonos bajos, sus voces avanzando con estruendo. No era un idioma común. Incluso Suzana, que hablaba con fluidez en dos idiomas y que podría reconocer al menos una docena de otros, no lo reconoció. Algunos se detuvieron ante los hombres que estaban fuera de la carreta, para estudiar a los humanos cobardes. La mayoría de ellos, sin embargo, se acercaron a las mujeres de la carreta. Un par de ellos en particular le llamaron la atención.
Por la forma que apuntó y vociferó y otros lo obedecieron, estaba claro que él era el líder. De pie era la mitad más alto que Suzana, su torso delgado escasamente cubierto por un chaleco de color púrpura oscuro. Su pelo era de un blanco lechoso liso y caía en ondas sueltas hasta justo debajo de sus hombros. Él volvió la cabeza, y numerosos aros que agujereaban la oreja derecha brillaron. Señaló su oreja.
¿Elfos? Pero Suzana se había reunido antes con los elfos en la corte. Nunca en su vida había visto ninguno con la piel tan oscura u ojos de color rojo tan vivos como los del líder, quien estaba de pie a una distancia de un brazo delante de ella. Su compañero, igual de oscuro y exóticamente hermoso, enojado detrás del aturdido - ¿Cómo se escribe? - Ayudante, que todavía estaba en la puerta del vagón.
El dulce elfo de pelo blanqueado cayó hacia delante, ocultando su rostro, mientras se inclinaba hacia el hombre y murmuraba. El ayudante volteo los ojos echando su cabeza hacia atrás y se dejó caer al suelo.
Una mujer gritaba en el carro, el sonido penetraba en la noche tranquila. Suzana intento dar un paso atrás, sólo para encontrar su espalda apoyada contra la pared del vagón.
"No tengas miedo", dijo el líder en un claro idioma común.
"¿Quién eres?" Suzana se oyó decir.
Sus ojos, rojos como la sangre fresca brillaban débilmente, fijos en ella. Labios de obsidiana estirados hacia atrás con una media sonrisa; una ceja arqueada cubierta de nieve. "Hemos venido a salvaros, bella dama".
 Su corazón brincó.